No
me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame
en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que vuelves.
¡No
me dejes dormir, no me des paz!
Entonces
ganaré mi reino,
naceré
lentamente.
No
me pierdas como una música fácil, no seas caricia ni guante;
tállame
como un sílex, desespérame.
Guarda
tu amor humano, tu sonrisa, tu pelo. Dálos.
Ven
a mí con tu cólera seca de fósforos y escamas.
Grita.
Vomítame arena en la boca, rómpeme las fauces.
No
me importa ignorarte en pleno día,
saber
que juegas cara al sol y al hombre.
Compártelo.
Yo
te pido la cruel ceremonia del tajo,
lo
que nadie te pide: las espinas
hasta
el hueso. Arráncame esta cara infame,
oblígame
a gritar al fin mi verdadero nombre.
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