Bokuden, gran Maestro de sable,
recibió un día la visita de un colega. Con el fin de presentar a sus tres hijos
a su amigo, y mostrar el nivel que habían alcanzado siguiendo su enseñanza,
Bokuden preparó una pequeña estratagema: colocó un jarro sobre el borde de una
puerta deslizante de manera que cayera sobre la cabeza de aquel que entrara en
la habitación.
Tranquilamente sentado con su
amigo, ambos frente a la puerta, Bokuden llamó a su hijo mayor. Cuando éste se
encontró delante de la puerta, se detuvo en seco. Después de haberla
entreabierto cogió el vaso antes de entrar. Entró, cerró detrás de él, volvió a
colocar el jarro sobre el borde de la puerta y saludó a los Maestros.
–Este es mi hijo mayor –dijo
Bokuden sonriendo–, ya ha alcanzado un buen nivel y va camino de convertirse en
Maestro.
A continuación llamó a su segundo
hijo. Este deslizó la puerta y comenzó a entrar. Esquivando por los pelos el
jarro, que estuvo a punto de caerle sobre el cráneo, consiguió atraparlo al
vuelo.
–Este es mi segundo hijo –explicó
al invitado–, aún le queda un largo camino que recorrer.
El tercero entró precipitadamente
y el jarro le cayó pesadamente sobre el cuello, pero antes de que tocara el
suelo, desenvainó su sable y lo partió en dos.
–Y este –respondió el Maestro– es
mi hijo menor. Es la vergüenza de la familia, pero aún es joven.
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