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"I may not have gone where I intended to go, but I think I've ended up where I needed to be." (Douglas Adams)

UN DÍA EN LA CALLE

Me levanté alrededor de las 11 y salí del hotel. Como cada vez que voy a Londres, si no tengo destino fijo, voy a Trafalgar Square. Me gusta caminar por ahí, ir a St. Martin’s in the Fields, tomarme un capuchino con un muffin, sentarme en la plaza, ver a la gente pasar y sacarse fotos (ya hay carteles que prohíben alimentar a las palomas). También me gusta ir a la National Gallery, a la sala de los impresionistas, me encantan los impresionistas, pero esta vez no fui.

Salí del hotel y me tomé el subte. Llegué a la estación y estaba en un día suelto, uno de esos días en los que estoy de viaje y no tengo plan ni noción del tiempo. Caminaba hacia la plaza, cuando se detuvo un camioncito del correo, y el conductor baja la ventanilla y me dice: “Hey, lady! Are you ok?” y me sorprendió, porque no me lo esperaba, y le digo: “Yes! I’m fine, thanks! Why?” y me responde: “Just checking! Take care!” y se fue. En fin, me dije, el universo que cuida de mí.

Llegué a Trafalgar Square. Era un día nublado, pero no llovía, y había mucha gente, como siempre. Di una vuelta, me compré un capuchino con un muffin de chocolate y me senté a mirar, sin más. Entonces, vino un hombre y se sentó conmigo. Tomamos el capuchino sin hablar, pero igual me hizo compañía, y cuando me levanté para irme lo saludé como a alguien conocido ya. Lo bueno fue que a él también le pareció muy natural.

Seguí con mi vuelta por la plaza y me senté en un banco para escribir un sms, entonces se me acercó un muchacho con una chica (que luego me enteré era su hermana), y claro, yo estaba distraída cuando me hablaron. Escuché sólo “take a picture” y supuse que me pedían que les sacara una foto, pero en realidad ¡me decían si me podían sacar una foto a mí! Cuando entendí lo que me pedían, dejé que fluyera, después de todo, ¿por qué decir que no? Así que me puse para la foto y el muchacho me fotografió con su hermana un par de veces. Después les ofrecí sacarles unas fotos yo a ellos. Me preguntaron de dónde era y hablamos un rato. Todo muy natural. Entonces, un “nice meeting you! Enjoy!” y me fui para el Big Ben. Me gusta caminar por Westminster, la zona del Parlamento, cruzar Westminster Bridge, y tuve la sensación de que la gente en la calle… no eran extraños. Me sentía acompañada. Iba escuchando música con mis auriculares, en mi nube, pero no me sentía sola.

Volví a Trafalgar Square, y seguí caminando hacia Leicester Square. Es otro lugar que me vibra bien. Di unas vueltas (hacía frío, eso sí) y cuando me di cuenta estaba sentada en Piccadilly Circus, sentada ahí mismo, en la escalerita que hay en la estatua de Eros, donde la calle hace la vuelta, y ahí me quedé un buen rato, con mi botellita de agua saborizada a limón, mirando a la gente que pasaba, se encontraba, hablaba por celular, se despedía, entraba en un teatro que hay justo en frente de donde yo estaba, se sentaba en la escalerita al lado mío, y me encantó ese momento, así, con el frío de Londres en invierno, sin nadie y con tanta gente.

Crucé la calle y me tomé un café caliente en un Starbucks, y aproveché para hojear un diario gratuito que me habían dado. La noticia que resaltaba era sobre una celebrity local que había salido a bailar usando sólo bragas y un saquito la noche anterior. Ya eran las 9 de la noche, y me encaminé hacia el subte otra vez. De repente, un muchacho que vendía flores en la calle me ofrece una, le digo que no, y me dice que la lleve, que me la regala. Le agradezco, pero le digo que mejor no para que pueda venderla, que para mí es como si me la hubiera dado ya. Cuestión que me preguntó cómo estaba yo, cómo había estado mi día, si lo había pasado bien, si me gustaba Londres, y me invitó a cenar. Pero como la energía no me fluía tanto como para cenar con él, le agradecí por su amabilidad y seguí camino hacia el subte.

Llegué al hotel, revisé mis mails, miré la tele un rato y decidí salir a fumar un cigarrillo (en la habitación, obviamente, no se podía fumar). En la puerta del hotel, una italiana lloraba desconsoladamente y le contaba a una amiga el motivo de su llanto (por lo que pude entender, era por un conflicto amoroso). Caminé un poco por la vereda como para no parecer que estaba escuchando su conversación, y, como cada vez que fumo, me abstraje en pensamientos sueltos. Entonces, pasa un muchacho y me dice algo, como lo que me dijo fue bonito (un cumplido) me sonreí sin más y seguí caminando, pero resultó que el muchacho me siguió hablando, y nos pusimos a charlar. Era inglés, vivía cerca del hotel y estaba yendo hacia la estación de subte. Iba de camino a tocar música a un sitio. Charlamos un rato, y me pidió mi teléfono para llamarme a España (y yo no se lo di porque ¡no sé mi número de teléfono! Lo tengo anotado en la parte de atrás del celular, pero lo había dejado en mi habitación, así que nada). Claro que era difícil creerme que no le daba el número porque no lo sabía y no porque no quisiera dárselo. Entonces me preguntó si tenía la tarde libre al día siguiente, pero mi avión de regreso a Bilbao salía por la mañana, con lo cual, nos despedimos y ya volveríamos a coincidir en alguna calle por ahí.


Y así disfruté de un día en la calle en Londres, un día suelto, sin plan fijo, sin nadie y con tanta gente. La mañana siguiente, volví a Bilbao.

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