Creo que sé cómo es
este tema de adaptarse a vivir en un lugar nuevo, pero igual hay que pasarlo,
como cuando se corta una relación de pareja, por ejemplo. Uno ya sabe por lo
que va a pasar, pero tiene que atravesarlo de todos modos, aunque la decisión
sea correcta, aunque el proceso sea para mejor, igual cuesta.
Es paradójico, porque
la gente en general espera que automáticamente diga que ya estoy instalada y muy
bien, y no miento cuando digo que estoy muy bien, pero es que mezclado con lo
bueno viene lo difícil, y en estas experiencias, hay que tomarlo todo. Puedo
sentir casi físicamente cómo se me abre la cabeza. En la adaptación, tengo que
aceptar mucho, observar mucho, aprender mucho, flexibilizarme mucho.
Estos días he buscado
intencionalmente meterme un poco en la rutina local para ver más de cerca cómo
es y he tenido otra perspectiva porque conscientemente estoy observando.
Además, para poder observar bien, he notado que es imprescindible no juzgar, y
esto es todo un ejercicio. El sábado surgió una conversación al respecto, muy
interesante.
En la charla, me di cuenta de que evolucionar tiene mucho que ver con la aceptación. Imponer al otro una idea, por más noble y cierta que sea, es un acto violento, y aceptar las diferencias es un acto de respeto. Discriminar es negar que todos somos esencialmente iguales.
Me acuerdo de un
episodio cuando estudiaba en Manchester. Compartía el piso en mi residencia con
una española y una jordana (en Jordania, la religión es musulmana: las mujeres
llevan velo y sólo los hombres de su familia pueden verles el pelo. También
deben cubrirse las piernas hasta los tobillos y los brazos). Obviamente, se
generaron varias discusiones entre ellas, porque la española se empeñaba en
convencer a la jordana de que estaba sometida y que debía rebelarse, quitarse
el velo y vestirse de otra manera, pero la jordana era feliz así. Creía en lo
que hacía, era su cultura, su religión, su tradición y su decisión.
Siempre juzgamos a
los demás desde nuestra propia creencia, y desde el juicio no hay entendimiento
ni posibilidad de intercambiar experiencias y compartir.
Lo mismo me pasó el
otro día charlando con un muchacho gay. Seguro que mis preguntas fueron MUY
estúpidas para él, pero hablamos muy bien y me respondió con paciencia porque
era obvio que le preguntaba con interés genuino por comprenderlo (y de paso
borrar algunos prejuicios arcaicos que todavía arrastro).
Una de mis preguntas fue
cómo era enamorarse de alguien del mismo sexo, qué sentía, qué problemas tenía
una pareja gay, y me respondió: “¿Viste lo que vos sentís cuando te enamorás de
un hombre? Bueno, es igual. Las parejas homosexuales tienen todos los mismos
conflictos que las heterosexuales, las mismas discusiones, las mismas
necesidades. Las relaciones de pareja son relaciones entre PERSONAS que pueden
ser +/- demandantes, +/- posesivas, +/- libres, +/- tolerantes, +/-
comprensivas, +/- complejas, independientemente del sexo que tengan. La
problemática de las parejas gay es exactamente la misma que la de las parejas
heterosexuales”.
“¡Ja!”, me dije, en
efecto, le había preguntado una idiotez. Y acto seguido, agregué otra pregunta
estúpida, (y un lugar común, además): “¿Vos creés que ser gay fue una elección
o naciste así?”
A lo que, obviamente,
respondió: “¿Vos podés elegir ser lesbiana? Claro que no. Bueno, yo tampoco
puedo elegir ser heterosexual. Nací así. Vos, naturalmente, un día te diste
cuenta de que te atraía un chico, y yo también”.
La verdad, le
agradecí la paciencia con la que trató mi ignorancia.
Creo que las
similitudes nos unen y las diferencias nos enriquecen. Esto es lo que me
va quedando más claro en estos días.
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