(Cuento corto de Mamerto Menapace)
Una vez un catamarqueño, que
andaba repechando la cordillera, encontró entre las rocas de las cumbres un
extraño huevo. Era demasiado grande para ser de gallina. Además hubiera sido
difícil que este animal llegara hasta allá para depositario. Y resultaba
demasiado chico para ser de avestruz.
No sabiendo lo que era, decidió
llevárselo. Cuando llegó a su casa, se lo entregó a la patrona, que justamente
tenía una pava empollando una nidada de huevos recién colocados. Viendo que más
o menos era del tamaño de los otros, fue y lo colocó también a éste debajo de
la pava clueca. Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los
cascarones los pavitos, también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo
traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito no del todo igual, no
desentonaba demasiado del resto de la nidada. Y sin embargo se trataba de un
pichón de cóndor. Si señor, de cóndor, como usted oye. Aunque había nacido al
calor de la pava clueca, la vida le venía de otra fuente.
Como no tenía de donde aprender
otra cosa, el bichito imitó lo que veía hacer. Piaba como los otros pavitos, y
seguía a la pava grande en busca de gusanitos, semillas y desperdicios.
Escarbaba la tierra, y a los saltos trataba de arrancar las frutitas maduras
del tutiá. Vivía en el gallinero, y le tenía miedo a los cuzcos lanudos que
muchas veces venían a disputarle lo que la patrona tiraba en el patio de atrás,
después de las comidas. De noche se subía a las ramas del algarrobo por miedo
de las comadrejas y otras alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo lo
que veía hacer a los demás.
A veces se sentía un poco
extraño. Sobre todo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era
frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que
otros se dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandada, sacando pecho
para impresionar, abriendo la cola y arrastrando el ala. Cualquier cosa que los
impresione, es inmediatamente respondida con una sonora burla. Cosa muy típica
de estos pajarones, que a pesar de ser grandes, no vuelan.
Un mediodía de cielo claro y
nubes blancas allá en las alturas, nuestro animalito quedó sorprendido al ver
unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió
como un sacudón en lo profundo de su ser. Algo así como un llamado viejo que
quería despertarlo en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos acostumbrados a mirar
siempre el suelo en busca de comida, no lograban distinguir lo que sucedía en
las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa. Y él, ¿por qué
no volaba así? El corazón le latió apresurado y ansioso.
Pero en ese momento se le acercó
una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Se rió de él cuando sintió su
confidencia. Le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías. Ellos
estaban en otra cosa. Tenía que ser realista y acompañarla a un lugar donde
había encontrado mucha frutita madura y todo tipo de gusanos.
Desorientado el pobre animalito
se dejó sacar de su embrujo y siguió a su compañera que lo devolvió a la
pavada. Retomó su vida normal, siempre atormentado por una profunda
insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño.
Nunca descubrió su verdadera
identidad de cóndor. Y llegado a viejo, un día murió. Sí, lamentablemente murió
en la pavada como había vivido.
Y pensar que había nacido para
las cumbres...
Esta historia, tiene muchas versiones, creo que cada cultura debe tenerla, pero como la dibuja y colorea el Padre Menepace, nunca la escuché. Es hermosa y muy clara. Es un llamado al condorito que vive en nuestro interior, una oportunidad de emprender el camino de regreso a la cumbre. Nos vemos allí Geo. Besos Azules.- Angie
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