En
la entrada a la casa hay una pequeña alfombra roja.
La
casa es de ladrillos rojos y tiene una chimenea muy alta. Sale humito por la
chimenea y se ve luz a través de las ventanas, una luz amarilla y tibia. Está
en una pradera verde brillante, en valle al que se llega bajando un monte de
hierba muy fina y suave, por el que también baja un río de agua fresca. Todo
reluce centellante bajo la luz del sol.
Al
cruzar la puerta se entra en una sala amplia. A la derecha hay un sillón azul y
está el hogar –el fuego– encendido. Una escalera de madera lleva a la planta
alta.
La
casa es para jugar, así que hay muchos juguetes. Pero lo mejor es que los
juguetes aparecen en cuanto uno los piensa, y se puede imaginar juegos que se
materializan al instante. Y si uno siente música en su cabeza, en el momento se
puede escuchar esa música en la sala. ¡Es tan divertido!
El
aire es tan liviano, tan tibio, tan amarillo en la casa, que uno se desplaza
casi flotando y no se puede borrar la sonrisa de la cara de lo feliz que está
el corazón.
Un
amor suelto lo envuelve todo y sólo hay que jugar sin otro propósito que la maravilla
del compartir el juego.
No comments:
Post a Comment